Un espacio de viajes entre la música y palabras

Es que una vez más la música es la responsable

sábado, 10 de septiembre de 2011

Dos estados de flujo (flujo dos)

En el viaje mental hacia el primer estado de flujo, producto de la lectura ya citada del blog de Carmen,  me demoré en varias ocasiones, y de forma sustancial en el segundo, un recuerdo mucho más cercano en el tiempo y con bastantes coincidencias con su gemelo nórdico. 
Montañas de Anatolia
Durante los días en los que gestaba este escrito, que finalmente se ha desdoblado en dos por un aspecto de pulcritud personal, se ha ido desarrollando en mi cabeza el trajín ente uno y otro momento de mi pasado y ello ha devenido en una constante de este tiempo, he detectado en ellos escenarios disimilares sin discusión, situaciones personales distintas a rabiar, estados de maduración personal a años luz el uno del otro, en resumen, un cúmulo de diferencias frente a un pequeño ramilletes de similitudes.
La semejanza obvia es la repetición del estado de flujo, de eso trata toda esta historia bífida, y de esa paridad no hay mucho más que destacar, pero lo más aparente es el vínculo que mantienen ambos con músicas que mantienen una gran correlación. Quedó claro que la aleación fiordo-Doors era no buscada y no sólo eso, sino poco entendida por mi parte por las razones ya expuestas, supongo que el recuerdo habrá borrado parte de la importancia que en aquella época le daba  la banda de Morrison, pero la enseñanza de los años demuestra que, si la tuvo, fue tan circunstancial como efímera. La música del segundo, que se desvelará un poco más abajo, guarda las simetrías de la circunstancialidad y la cualidad de efímera, es idéntica en la sobrevaloración histórica y, cómo no?, tiene un cadáver joven para ofrecer al cautivado público. Ambas son músicas de bandas que se esfuman al sucederse la pérdida de su cantante, líder y compositor y las coincidencias son notables (es conocida y plausible la teoría de las coincidencias no son más que circunstancias a las que uno aplica un foco que las hace curiosas, que uno encuentra las concordancias y se asombra simplemente en aquellas sobre las que pone su foco de atención, pueden parecer como espectaculares, pero tan solo si uno no es un descreído como yo).
Tiempo olímpico
Y nos ponemos a viajar, para no ser menos que en el viaje escandinavo, nos vamos a otro año fetiche de la reciente historia española, nada menos que a 1992, el año olímpico, el último periodo en que Felipe se sintió cómodo liderando el cambio de la sociedad española, llevándolo del norte de África (tan mal estaba aquello Felipe?) al sur de Europa, España brillaba en el escenario occidental con unos preciosos JJOO y una Expo mediterránea y luminosa. Era septiembre, todos los fastos apagados pero muy recientes en los millones de retinas que los habían gozado, y mis pulmones engullían el mediterráneo oriental, estaba en Turquía, una de las cunas del mundo, el símbolo perfecto del mestizaje, puente de continentes y con una fascinante personalidad múltiple. Este viaje también se había diseñado desde meses atrás, esta vez con mucha menos cualidad de difuso, todo el recorrido estaba marcado desde antes, quince días en el país otomano, una semana de autocar y otra en Estambul, mitad recorrido libre, mitad ruta fijada. Y para ser bien diferente al primer viaje, este no sólo era con la pareja proyectada, sin enfermedades súbitas ni nada extraño, sino que, además, era un viaje de bodas y para dar un toque peculiar, fruto de una boda simultánea de dos parejas, y los cuatro hacíamos el viaje juntos.
En el noventa y dos, existía un objeto, ya mencionado en alguna entrada anterior, que revolucionó mi mundo, se trataba del walkman. Y no tenga nadie ninguna duda de que en mi viaje lo llevaba, es más, llevaba dos por si se estropeaba el bueno, y un paquete de pilas para repuesto, no fuera el caso que se me acabaran en medio del autobús o en medio de la noche en el hotel. Y durante semanas, previas al viaje y a la boda, mantuve una constante actividad de preparación de cassettes, quise que todas las grabaciones fueran mezclas nuevas y propias, las realicé con estrategia temática: música oscura, viajera, eléctrica, barroca, de ocasos, para las noches en el hotel, etc.. no recuerdo el número de cintas exactamente pero si sé que eran más de veinte, todas de calidad "ferro" y de 90 minutos, y con los contenidos de música referenciados a las constantes que ya desde entonces me acompañan, Davis, Bach, Dylan, Fripp, Young, Zappa, Zeppelin, Stones, Camarón, Clapton, Marley y Tosh, etc.. más alguna cosa reciente por aquel entonces, Pearl Jam, Red Hot, Gabriel, Dead can dance, Eyeless in Gaza, A certain ratio, y unos cuantos. 
Paisajes únicos
Los años me han demostrado que los errores siempre son evitables, aunque a veces el coste de eliminarlos no compensa necesariamente, por aquel entonces aún no lo sabía de forma suficiente y no realicé un repaso metódico de mi equipaje, la partida hacia Turquía tuvo lugar a las pocas horas de dar por concluido el fasto binupcial (ceremonia a finales de la mañana, banquete al mediodía y tarde con casi trescientos invitados de las cuatro familias y fin de fiesta por la noche con guateque hasta el alba). Es evidente que en las condiciones que la jornada dejó el cuerpo no se podía tener un grado de atención suficiente y los eternos preparativos prenupciales no habían dejado el tempo necesario para tenerlo preparado por anticipado. El resultado fue una maleta y una bolsa con "casi" todo lo necesario para disfrutar de un viaje a un país único y que no puede dejar de conocerse.
El descubrimiento de la catástrofe se produjo en la habitación del hotel de Estambul que nos acogió en la primera noche, llegamos sobre las dos de la madrugada hora local y el autocar nos esperaba pocas horas después. A pesar de la excitación que la situación conllevaba, primera noche del viaje de bodas, y de las actividades que llevamos a cabo en ese escenario tan cacareado, quise prepararme la bolsa de mano que llevaría durante la semana de autocar. Los aperos musicales fueron facturados, como todo el equipaje, por razones que ahora no puedo precisar ya que no acabo de entender que no quisiera llevar música durante el vuelo, no sé, la cuestión es que cuando me dispuse a ordenarlos en el macuto me llevé un chasco terrible, encontré un walkman, su suplente, el paquete de pilas, los cascos... pero la maldita bolsa de cintas no apareció, deshice nuestras dos maletas y la bolsa, rebusqué hasta en los neceseres, fui hasta la habitación de nuestra pareja de coboda a primera hora de la mañana, todo en vano, una voz interior me  indicaba que aquella bolsa que había quedado sobre la mesita de despacho contenía toda la música preparada y olvidada.
le llaman el valle del amor (en serio)
Día uno del viaje y sin nada de música para escuchar. Me niego a perturbarme por ello y decido que ya lo solventaré. Primera parada del autocar en una gasolinera y me lanzo sobre el expositor, el espectáculo es deprimente pero no definitivo, consigo tres cintas que pueden oírse y respiro con alivio.
El viaje prosigue sobre la ruta contratada, el mundo turco fuera de la capital, rastros helénicos en algunas visitas, vapor en los baños turcos de Bursa, el lujo del hotel en Ankara, y... el autocar nos deja, sobre el mediodía, en un pueblo de Anatolia, no he conseguido recordar el nombre y la zona cuenta con tanta variedad de zonas visitables que no puedo asegurar cual es, de lo que no hay duda es que aquello era unas ruinas típicas de la Capadocia. La visita constaba de dos partes antagónicas por su desplazamiento físico, la primera consistía en un descenso que se adentraba en una ciudad hitita subterránea, decenas de metros en vertical a través de angostas escaleras que recorrían las dependencias escarbadas en la roca del subsuelo y luego un ejercicio similar para empinarse y recorrer el conjunto de viviendas trogloditas excavadas en la montaña, no me cabe duda acerca del enorme interés cultural y estético de la actividad programada, pero uno es muy suyo y lo único que me interesó en aquel momento fue una terraza, a la sombra de unas frondosas higueras, en la falda del muro de una roca montañosa, mesas de madera (desiertas!!), el aire calmo, la promesa de una jarra fresca y, tal vez la motivación mayor, soledad garantizada durante un buen par de horas.
Viviendas en la roca
Siempre he pensado que el viajar es una actividad placentera (cuando se realiza como actividad de ocio, naturalmente) y siendo consecuente con ese pensamiento, el verse atrapado en la espiral del  aprovechamiento del momento no me ha seducido nunca, viajo por disfrute y si estoy cansado no me muevo, y si me pierdo la tercera maravilla mundial por no querer exponerme a una cola detestable o no accedo a cualquier cosa por no apetecerme en aquel momento, no me crea la sensación de pérdida sino de libertad gozosa, aquello que se acomode a mi ritmo bienvenido, aquello que fuerce el trajín en aras del "yoestuveallíylovi" que se quede sin ser visto. Aquella fue una de esas ocasiones, ya estaba algo harto del grupo del autocar, de la cháchara del prototípico guía local, del ritmo borreguil que impera en las visitas de este tipo de viajes y en general de sudar sin desmán ni descanso. La visión de las preciosas hojas de la higuera, árbol mítico en mi imaginario personal, me concedió la lucidez. Y renuncié a la realización de las visitas programadas, anuncié que esperaría tranquilamente en la terraza y vi marchar al grupo con alguna protesta sencilla de sofocar.
Allí estaba yo, sentado frente a una ladera pueblo, frente al muro de roca horadado por innumerables viviendas milenarias, el vestigio de un mundo que no existe y que respiraba sensaciones rotundas, el aire de otro ritmo, otro sentido, otra mirada, otro mundo. El camarero me trajo una más que atractiva jarra helada de cerveza y su sonrisa alejándose me indicó que el universo estaba en su sitio. Apenas un sorbo y la mirada se me queda capturada por la ensoñación de una vida pasada que jamás podría ni hacer el esbozo de intuir, el pensamiento surca el tiempo en el que la desnudez transitaba por las escalas, los vigías en lo alto persiguiendo sombras amenazantes de invasores sedientos de aniquilación, las penosidades de una vida muy física en medio del lugar más místico imaginable, azul y gris, cielo y roca, motetes de verde, tiempo suspendido...
la entrada al estado de flujo
Y el ruido de la manada turistera que me devuelve a la realidad, a otra realidad, lo primero que me sorprende es la temperatura de la cerveza, la jarra está llena y caliente, caldito desespumado, casi escupo el sorbo que me llena la boca. Contemplo como me hablan, sólo miro porque mis oídos aún no han regresado, asisto a una sucesión de rostros sudorosos y con semblantes a caballo entre la curiosidad y la envidia, mi lenguaje corporal es irritantemente calmo, tan solo mi mirada se mueve, mi mano descansa en la jarra traidora, los cascos aún en las orejas. En ese momento soy consciente de mi fluyente viaje, me han hecho regresar de un lugar excepcional y no hay que darles demasiada tregua, mi cerebro, como un milhojas que se fuera creando capa a capa, va gestando una vuelta lenta y paulatina, el primer periodo es recuperar el lenguaje de mi cuerpo, saber de nuevo los resortes que lo gestionan, qué mueve el brazo y para qué quiero hacerlo en ese momento. Lo siguiente es la sedimentación sensorial, volver a escuchar lo que el walkman escupe en forma de bucle infinito, saber que no quiero dejar de escucharlo (la mayoría del grupo se ha ido a por refrescos, el resto me deja unos momentos en paz), redirigir la mirada hacia el paisaje y ser consciente de que debo despedirlo. El hojaldre cerebral acabado y ya puedo resocializarme un poco, lo poco que ya es lo habitual. En ese momento, auriculares quitados ya, otra mujer, diecisiete años más tarde, me dice la misma frase, Qué cara más rara tienes, estabas tan raro!!, varias veces y con énfasis temeroso. Sería hechizante contar que en ese momento recordé la vez anterior y viajé en un instante al fiordo, pero no, para nada, la asociación llegó días más tarde. Esa vez el regreso del estado de flujo me llevó algo más de tiempo y estuve casi veinticuatro horas en estado de irrealidad fluctuante. El viaje ya llegaba a Estambul y la ciudad de Constantino me capturó de tal manera que borró todos los efectos secundarios. El momento tuvo su tiempo y ya había pasado.
Y toca ahora hablar de la música que decoró el momento, narradas ya las circunstancias que impidieron un fondo sonoro más elegido, toca desvelar los contenidos de los tres cassettes de gasolinera que tuve la suerte de encontrar en la mala suerte de no tener lo que tenía que llevar conmigo. Entrar en la tienda de la gasolinera es una inmersión instantánea en el modo de ser otomano, los turcos son grandes viajeros, grandes cocineros, grandes vividores (o sea son muy mediterráneos), pero sobre todo y ante todo, son comerciantes, respiran trueque, viven del regateo y florecen en los escaparates de sus posesiones para vender. Si uno tiene la imagen de gasolinera occidental surtida de productos previsibles y caros, que aleje tal esquema de su imaginación, la tienda de una gasolinera es un reflejo de su propietario, puedes encontrar alfombras o televisores, juegos de cama o azadas, no importa el tipo de objeto, si lo tienen lo ponen a la venta que alguien lo comprará, aquella era mi primera experiencia en este abigarrado mundo y me sorprendió la heterogeneidad de artículos, mis ojos ansiosos cazaron el expositor y los dedos empezaron a bailar cobre las cajas de plástico.  
un disco menor de un grupo mayor
El primero, Tubular Bells (1973) de Mike Oldfield, bien, es un disco que siempre se puede escuchar y disfrutar, una obra tramposa pero bien mentida. Algo es algo, me la sabía de memoria pero justamente por eso, porque la había escuchado durante mucho tiempo sin cansarme. Los dedos siguen su baile, mucha morralla folklórica, éxitos estivales de las últimas décadas... y aparece el segundo. The dark side of the moon (1973), los Pink Floyd en un álbum del mismo año que el anterior, dudo un poco porque es un disco menor de los Floyd, pero el surtido no deja muchas opciones, lo pillo y hago una última pasada. El tiempo disponible se agota ya que a través del vidrio del escaparate veo que el grupo ya se está reincorporando al autocar (es el primer día del viaje y no es aconsejable darse a conocer como el tipo que hace esperar a los demás en la primera ocasión). Dedos frenéticos y aparece el Nevermind (1991), bueno, algo más actual, el disco que recién había publicado Nirvana, lo incorporo y me subo al bus.
una obra genial
Cada una de las cintas tenía un tercio de posibilidades de convertirse en el fondo musical del estado de flujo, los cassettes fueron sonando de forma correlativa el resto del viaje y en aquel momento de la terraza estaba puesto el Nevermind. No eran los Nirvana ni siquiera mi grupo preferido de su estilo musical, el Grunge, los Pearl Jam o Soundgarden me parecían, y me parecen, mucho más interesantes, pero era un disco que estaba bien y aunque me molestaba un poco el enorme éxito que había cosechado (tiene bastantes números para estar en el top ten de discos más sobrevalorados de la historia de la música "moderna") era un complemento vigoroso de la terna adquirida. Y fue éste, el disco del bebé nadador y pesetero, el sonido que, esta vez de forma real, regó mis oídos en el trance, otro disco de otro "mito" que desaparecería a la edad fetiche, los 27, otro disco de otro grupo sobrevalorado, otra música no elegida y no revisitada en demasía en los años posteriores, otro complemento curioso de una experiencia más que curiosa.
el sonido del fluir
Y esto ha sido el producto de la lectura de un texto que me ha hecho viajar en el tiempo, uno crece y va sobreponiendo identidades similares pero en absoluto idénticas, cambia en muchas cosas y en realidad permanece en muchas, los "yoes" se van depositando en las épocas que los generan y son sustituidos, acoplados y ocultados por el yo emergente. La música es un excelente transbordador entre ellos, uno se recuerda a si mismo en las escuchas y visita su yo anterior, se reconoce y a veces se gusta y otras se sorprende, o se disgusta. Los Doors o Nirvana me han llevado de aquí para allá de forma eficiente, he revisitado mi yo adolescente, ese flaco y melenudo tipo que soñaba con respirar el aire del cabo Norte y he sobrevolado las montañas de la Capadocia con el trentañero padre que pensaba que la vida podía ofrecerle pocas sorpresas ya. Ambos ya no están pero perduran muchos de sus rasgos, en ambos hay ecos de música, la música, siempre la música.

8 comentarios:

  1. Que rápido que pasa al tiempo, no te imagino con Walkman y cassetes, en la gasolinera ojeando el expositor, he hecho una especie de viaje en el tiempo.
    Puedo decir que conozco la música que te acompañó en tu estado de flujo dos, lo cual me llena de gozo.
    No sé si he experimentado algún estado de flujo, creo que mis estados de paz y armonia generalizada no llegan a tener la identidad de un estado de flujo, tengo la impresión que un estado de flujo es algo más largo, o puede durar instantes?. Pensaré sobre mis estados de pseudoflujo.
    Bsos

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  2. Supongo que los estados de flujo son tan peculiares como personales, en la entrada de Carmen se dan unas pautas para definirlos y yo no las cumplo totalmente. Los míos han sido el hilo para un reencuentro de yoes.

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  3. Es un nombre muy acertado y absolutamente creible, antes de leer la nota al pie ya había reparado en ella.
    Aprovecho para desearte muchas felicidades, he entrado con la esperanza de entontrar una entrada del día de tu cumple por aquello de relacionar la música con el nacimiento de alguien para el que la música significa tantas cosas. Pero de momento no la hay, así que aprovecho la última entrada.
    ¡Muchas Felicidades!

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  4. Lo mío con EC empezó en los '80 con Wonderful tonight y en los '90 Carlos aportó mucho más a mi escaso conocimiento y con vos seguimos en la tarea.
    Todo un "gentleman" como me gusta llamarlo.

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  5. Bueno, Sumaría, supongo que este comentario es para la entrada de Mano Lenta. Ya digo que el Slowhand es una obra maestra, mira si lo es que te capturó uno de sus temas :X

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  6. Pero no el que más, hay otros pesos pesados...Old Love, por ejemplo.

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  7. Me explicaré mejor, en los '80 yo no sabía ni quien era EC, conocí el tema Wonderful...por un tal Haf (cantante argentino), el cual hacía la versión en español. Ni mucho menos sabía de Slowhand, entonces, que me capturaron más otros temas como old love, me agarró en 5º año de bachiller y con ratones en la cabeza.

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