Un espacio de viajes entre la música y palabras

Es que una vez más la música es la responsable

viernes, 30 de septiembre de 2011

Mano lenta (CiG)

C.i.G. Te lo crees?
En la gestación de mi incipiente cultura musical, allá a principios de los setenta, asistí a un concierto de una banda liderada por un tipo encantador, John Mayall (con sus Bluesbreakers). El motivo de mi asistencia a dicho concierto no fue otro que estar en presencia de alguien que hubiera tocado con Clapton, aunque de esa colaboración hiciera ya un lustro, sirva el dato para dimensionar el interés que ya me provocaba entonces este guitarrista.
En aquel momento setentero el mercado musical estaba convulsionado por el dominio del Rock progresivo o psicodélico, y uno de los efectos del 68, la explosión de libertad de aquellos años de “peace and flowers” rompieron bastantes corsés, se había concretado en que los discos de Rock ya no tuvieran siempre el formato estándar con una docena de canciones de pocos minutos ordenadas con vistas a los singles. Muchos de los músicos que habían mamado el Rythm and Blues en el inicio de sus carreras se habían zambullido en el cometido de tocar y grabar largos solos y piezas kilométricas (Davis había iniciado esta senda pocos años atrás y sus discos ya contenían piezas de todas las duraciones posibles). Uno de los abanderados principales de este formato, que pretendía básicamente acercar la atmósfera de los directos a la música enlatada, era el grupo Cream (Clapton, Bruce, Baker), tres solistas muy reputados que se juntaron para aunar talento y creatividad. La cuestión es que la escucha de los pocos discos de Cream, y el único de Blind Faith, era una constante mía en aquella época y sin llegar a convenir con el lema que había invadido Londres en un tiempo (Clapton is God) el tipo se había convertido en una de mis referencias musicales más constantes (y hasta la fecha). Es obvio que hablaremos de Eric Clapton, un longevo guitarrista de Blues que a veces parece que toca otra cosa pero sólo si no se le escucha con la debida atención.
El primer contacto, un enlace definitivo
Preparando los datos para esta y otras entradas me he dado cuenta de algo que la memoria había enterrado bastante hondo, los años de edición de los discos en el mercado nunca son los que yo recuerdo para su aparición en España, la cerrazón de la dictadura se iba deteriorando de forma imparable pero aún faltaba tiempo para que el mercado se normalizase, no eran años aún de globalización y no existían los lanzamientos simultáneos de los productos. Entre los vestigios de la autarquía franquista, siempre tan reacia hacia lo extranjero, y las ediciones escalonadas por mercados, al pobre españolito todo le llegaba tarde, en varias ocasiones tuve discos comprados en Andorra, Londres o París, que ya estaban rallados cuando los lanzaban en Barcelona. Todo ello explica el desfase de varios años en la toma de contacto con un buen número de discos, uno era un moderno ávido por estar a la última pero vivía en un país "africano” y eso se pagaba con paciencia o viajes al extranjero. Lo curioso es que décadas más tarde ya no recordaba esta circunstancia para nada y ha sido al ordenar los recuerdos y datar los discos que he caído en la cuenta.
El primer disco que tuve donde él aparecía, era un doble vinilo de Cream, el Wheels of fire (1968) y su maravilloso Spoonful de más de 16 minutos "convocaba al culto" del dios Clapton de forma constante. Desde esa fecha hasta la actualidad mi colección de discos suyos, o donde aparece, no ha hecho más que crecer, la última incorporación es un maravilloso disco en directo con el niño antipático del Jazz, el trompetista Wynton Marsalis lanzado hace unos días, Play the Blues (2011). En total estoy hablando de más de 900 temas repartidos en sesenta y cinco discos. El deseo que inspira esta entrada es intentar mostrar el valor que tiene para mí este músico y la extraordinaria calidad de su obra, no trata de glosar una biografía precisa ni de detallar la discografía de forma prolija, para ello hay gente mucho más culta y dotada de muy fácil acceso en la red.
De los principios de mano lenta a Cream (en orden inverso)
Clapton me acompaña desde los catorce años y de eso hace ya cuarenta, su presencia ha sido constante pero fluctuante, y de hecho su carrera discográfica también lo ha sido, habiendo sufrido algunas épocas de silencio musical (pero a veces con bastante ruido "privado") y alguna con presencia discográfica más liviana.
Como ya ha quedado dicho la primera referencia personal se localizó en Cream, pero el tiempo me permitió recuperar grabaciones anteriores donde los dedos de EC ya sobresalían, en esos inicios es donde se puede empezar a entender qué clase de músico es el inglés. Clapton empieza su carrera a principios de los sesenta y en esa época la corriente musical emergente era el Rythm and Blues, de esas fuentes bebieron todos los grupos de esa década, los grandes y los pequeños. Los Stones, Beatles, Who, Kinks, Animals, Spencer Davis Group, Dave Clark Five... se hicieron músicos destetados por bluesmen como Robert Johnson, Howlin' Wolf o Muddy Waters entre otros estilos como el Rock and Roll emergente y algunas babosidades residuales muy blanditas que no merecen ser reseñadas. En esa olla musical se cocieron todos y algunos mantuvieron la fidelidad al Blues cuando llegó el éxito y otros no. Clapton emergió en los Yardbirds procedente de un par de grupos adolescentes y se podría decir que en lo esencial ha seguido haciendo la misma música desde entonces, en su carrera ha firmado temas rockeros, reggaes, country, algún soulecito suave y otras hierbas, pero su esencia, el hálito que hace sonar las cuerdas de su guitarra es el Blues, el que siempre querrá hacer brotar y nunca conseguirá del todo porque no es negro. De esa dicotomía entre el querer y el no llegar surge su peculiaridad, su unicidad, como instrumentista es un portento en un grupo de elegidos y su discurso de guitarra siempre es puro, yo veo así a Clapton y sus discos van conmigo.
The Yardbirds! Ojo al ceño fruncido de EC
Los Yardbirds fueron la primera estación importante en el recorrido y se conservan algunas grabaciones, con un sonido mediocre pero con un alma sublime, puro Rythm and Blues sesentero, que es lo mismo que decir británico. Cuando Clapton decide dejar el combo recomienda un sustituto que se ganaba la vida como músico de estudio, un chico joven que también se "defendía" con las seis cuerdas, un tal Jimmy Page (tiene buen gusto EC) pero éste declinó en un principio y buscó otro inglés blanquito del mismo nivel, Jeff Beck. Al final Page también se incorporó al grupo pero tocando el bajo y existe un recopilatorio en la que tocan los tres, Guitar Boogie (1971). Mientras el beat se desdoblaba entre el Pop y el Rock (Beatles versus Stones para simplificar), Clapton seguía su camino particular y ello provoca su salida de los Yardbirds debida a la deriva popera, o sea más comercial, que toman éstos, EC se va en busca de caminos blueseros, pero de su paso por los escenarios británicos con esta  banda se ganó el apodo de "mano lenta". Yo siempre lo había achacado a un recurso irónico por una forma de tocar (no es un guitarrista que destaque por la velocidad de sus solos pero tiene suficiente técnica como para hacerlos muy rápidos), pero en el proceso de documentación para esta entrada me he encontrado dos motivos plausibles y muy diferentes. La leyenda negra dice que el apodo se lo pusieron sus compañeros de grupo por su remolonería a la hora de pagar las rondas en los pubs (ha tenido fama de tacaño desde que yo recuerdo) y la segunda es más amable, resulta que en esa época de largos solos en escena, se le rompían las cuerdas con cierta frecuencia y se mostraba muy lento en el recambio de las mismas. Sea como sea se le conoce por ese mote desde esa época y él no reniega de ese apodo para nada, incluso titula un gran disco con él.
Los Bluesbreakers de John Mayal fue su siguiente destino, exacto, el grupo que aparece al principio de la entrada pero unos años antes de mi concierto. Con los Bluesbreakers grabó un solo disco Bluesbreakers with Eric Clapton (1966) pero fue suficiente para consolidarlo como estrella del firmamento musical. Aprovecho para mencionar que mi pasión por el Blues se cimentó en el concierto de los Bluesbreakers que he comentado, desde ese día no he dejado de incorporar música de ese estilo y BB, Hooker, Elmore King, Sonny Boy, Muddy, Memphis Slim, T-Bone entre otros forman parte de mi paisaje musical junto a los nuevos valores que han ido surgiendo, y todo ello brota en el recital de ese bonachón y extrovertido inglés que aún se mueve por los escenarios, gracias Mayal por abrirme a este paraíso sonoro.
Gracias John (Mayall)
Y deja a los Bluesbreakers, apenas año y medio después, para formar la primera superbanda de la historia. Clapton se junta con el bajista Jack Bruce y el batería Ginger Baker, ambos eran ya reputados músicos en aquella época, con formación jazzística y a los que Clapton conocía de su efímero paso por Powerhouse (un grupo de un sólo disco con Bruce, Steve Winwood y otros). La creación de Cream respondía al objetivo de Clapton de desencasillarse de esquemas que limitasen su inmenso caudal y encontrar una formación en el que todos los talentos pudieran desarrollarse sin límites, temporales o formales. A los pocos meses de debutar tuvieron la oportunidad de llegar a tocar con el mismísimo Hendrix que viajó a Londres y era un admirador de Clapton. Un detalle así ya dimensiona perfectamente la relevancia que había adquirido EC en aquel momento, si bien en el mercado americano aún era un desconocido, su reinado en el europeo era espectacular, como ya he comentado, en ese punto de su carrera me incorporé yo al carro de seguidores y puedo afirmar que en la etapa de Cream no hay ningún tema mediocre, el fogonazo creativo del trío fue corto, apenas duraron un par de años, pero luminoso y trascendente. Bajo la etiqueta de Rock psicodélico o progresivo, Cream desparramó en cuatro vinilos un puñado de piezas intensas, preñadas de energía y que cambiaron para siempre la perspectiva sobre el trabajo de los instrumentistas de las bandas de Rock, en escena y en grabaciones. Quiero incidir en algo esbozado al inicio de la entrada pero que precisa que sea destacado. Hasta la fecha el desarrollo de solos instrumentales y recreaciones de los temas en directo se había circunscrito al Jazz y su ampliación al campo del rock, que es algo que hoy en día asumimos con total normalidad, es una de las grandes aportaciones de EC a la música. Se puede argumentar que no es el único y que en aquella época, mediados de los sesenta, ya había otros músicos que iniciaban esta senda de desarrollo creativo sobre el escenario, el mismo Hendrix, los Traffic de su amigo Winwood, Iron Butterfly, los Mothers of invention de Zappa, Moody Blues o Soft Machine, entre otros, simultanearon este cambio, pero para mí, Clapton es el responsable máximo por la extraordinaria dimensión que adquirió la música de Cream. Su constante inquietud artística fue la que le llevó a crear Cream y a plantear la banda como un grupo de creadores que explotaban conjuntamente sus habilidades para generar un idioma nuevo, el contexto genial que se produce es el que rompe sin remedio esquemas formales predominantes hasta la fecha, la libertad se vuelve creativa y convoca a la rebelión de lenguajes.
Luciendo con Cream
Y la misma brillantez de los integrantes de Cream acabó siendo el motivo de la ruptura del grupo, la perversión de la idea de improvisaciones sin límite provocó, ya en el segundo año de vida de Cream y totalmente instalados en el mercado USA, que los conciertos se convirtieran en un vehículo de lucimiento de filigranas y florituras de sus componentes, esta no era la idea de Clapton y, además, Baker y Bruce estaban constantemente peleados. Los Cream se disuelven a finales del 68. En un año en el que muchas cosas se gestaban Clapton cerraba un capítulo mítico de su trayectoria. Su último trabajo tiene un escasamente sutil título,  Goodbye Cream (1969) y creo que es el menos brillante del trío, si tengo que elegir, que afortunadamente no tengo que hacerlo, elijo el citado ya Wheels of fire, no obstante, para entender realmente el significado y el de peso de la música de este grupo lo mejor es realizar unas audiciones de sus dos discos grabados en vivo, Live y Live II, editados en 1970 sobre grabaciones de su gira americana del 68.
Y estamos en 1969, Clapton inicia la cuenta atrás que le llevará a una de las peores etapas de su vida. En ese momento, instalado para siempre en el nivel de los más grandes pone en marcha un nuevo proyecto, otro supergrupo con Baker y Winwood, los Blind Faith. Apenas siete meses de vida nos dejaron un precioso disco homónimo con una portada que fue censurada en medio mundo (motivos obvios sin duda) y un megaconcierto de debut en Hyde Park ante más de 100.000 enfebrecidos asistentes. 
No es de extrañar que se censurase (ojo al morro del jet)
Con este trabajo ya se incorpora a mi rutina el adquirir los discos que van saliendo al mercado, con el "decalage" ya comentado, recuerdo perfectamente la ansiedad con el que lo esperé, lo compré al tiempo que el Disraeli Gears que también andaba con algo de retraso, ambos discos me fascinaron desde la primera escucha, los efluvios libres que fluían de las cuerdas de Clapton aún me estremecen. El proyecto se disuelve porque Clapton empieza a estar inquieto con la deriva de su vida y de su música, la fiebre del Blues es persistente y siente que lo que está haciendo no es exactamente aquello que necesita. La fama, el éxito, el reconocimiento de público y crítica, la adoración que le persigue... Todo ello le aturde y precisa un camino nuevo para escaparse.
En la gira con Blind Faith habían sido teloneados por una banda que producía su amigo George Harrison, los Delaney and Bonnie, un grupo liderado por este matrimonio americano que tocaba un rock and soul muy del gusto de Clapton (tanto que en la gira el guitarrista aparecía a veces en el recital de sus teloneros para acompañarlos). EC ve en esta banda, que pasará a llamarse Delaney and Bonnie and Friends, la oportunidad de salirse del foco sin dejar de hacer lo que le gustaba, y se va de gira con ellos como un miembro más del grupo. El rastro que pervive de ese tiempo es el refrescante On tour with Eric Clapton (1970), ya se sabe que una cosa es lo que sienten los artistas y otra lo que hace la industria para promocionar y vender sus productos, durante la gira que sirvió de soporte a la grabación el nombre de Clapton era uno más entre los componentes del grupo pero en el disco tenía que aparecer su nombre para que las ventas se dispararan y lógicamente es el disco más vendido en la carrera de la pareja. 
La colaboración con ellos no finalizó cuando EC deja la banda, en ese mismo año el guitarrista inicia su carrera en solitario, quiere frenar su declive personal y la huida le hace moverse constantemente en un ingenuo intento de no despeñarse. Delaney le produce y coescribe casi todos los temas del primer disco sin banda, Eric Clapton (1970) y Boney y los friends participan en la grabación. El disco merece reseñarse por más de un motivo, el primero es el hecho de que sea un disco en solitario, sin encuadrarse en una formación, ello describe muy bien la dinámica de cambio que impulsaba al músico en este turbulento bienio que se inicia con la disolución de Cream, el disco es tranquilo, clásico diría, con un aire muy yanqui, su blues-soulero-country sorprende en su momento porque es un nuevo Clapton el que surge de su experiencia con los Delaney, otra vuelta de tuerca en ese apartarse de la vorágine mediática anterior. La siguiente característica remarcable es que Clapton canta todos los temas, hasta la fecha el guitarrista, que se ha llegado a confesar como un cantante mediocre, apenas se ponía ante el micro, su papel era el de aparecer pertrechado con la Gibson (hasta la época de los Yardbirds volvía a llevar Fender) a un lado del escenario y tan solo en algunos temas de Cream (Strange Brew, Badge, Crossroads y poco más) era la voz solista, y en el resto de formaciones apenas había cantado ocasionalmente. 
El primero de la carrera en solitario, en toma hortera
En este disco es el vocalista principal, además de ser lo que es siempre, un extraordinario guitarrista. El tercer elemento que es necesario enfocar se basa en las repercusiones que comporta la inclusión en el disco de un tema como After Midnight, compuesto por J.J.Cale, un maravilloso autor de culto que Clapton saca del anonimato y que, a partir de que le versionea la pieza, grabándola antes que Cale y sin que este lo supiera, le posibilita que grabe un primer disco como J.J.Cale (había realizado algunos discos anteriores con otros nombres), el delicioso Naturally (1971) y a partir de ahí construirse una sólida carrera discográfica. Algún día habrá una entrada de este músico, el desconocimiento generalizado que hay de él no se corresponde con la enorme calidad de sus trabajos, y, por cierto, aparecerá más veces en esta entrada.
Por estas tres razones descritas el Eric Clapton es un disco crucial y destacable en la carrera del guitarrista. La siguiente obra también tiene mucho peso en este recorrido por la historia de Clapton. Seguimos en 1970 y el guitarrista sigue el ritmo de cambios, a pesar de que el formato del trabajo anterior parecía acomodarse bien al momento, EC decide que el modelo a seguir es el de una banda sin su nombre y monta Derek and the Dominos, un cuarteto clásico de guitarra, bajo, batería y teclados. Esta vez ya está afianzado en la tarea de ser el vocalista principal, tarea que ya no abandonará en el resto de su trayectoria. El grupo trabaja en medio de un desaforado ritmo de consumos varios y durará un año escaso, no obstante es la época donde escribe y graba su canción más emblemática y conocida, Layla.
El contenedor de su himno, Layla
El grupo graba un álbum que recibe un reconocimiento tardío debido al anonimato de sus componentes, sobre todo de Clapton, y a una pésima promoción de la discográfica, el tiempo lo ha situado como uno de los mejores discos de la historia y su perfecta combinación de Blues y Rock ha marcado el estilo de EC para mucho tiempo. El Layla and other assorted songs (1970) es una obra maestra sin discusión.
Y después?, después el desastre, en la primavera del 71 la banda se desintegra, Clapton se había visto  muy afectado por la muerte de Hendrix unos meses atrás (en el disco se incluye su Little wing como homenaje póstumo al genio) y finalmente regresa a Inglaterra para desaparecer y desintoxicarse de la adicción a heroína en la que había estado sumiéndose los últimos años. El pozo se había cerrado sobre su cabeza. Pasarían dos años sin noticias del músico hasta que en 1973, a iniciativa de Pete Townshend, realizó un concierto en Londres como una previa de su regreso al circuito.
El disco es el Eric's Clapton Rainbow  concert (1973) y está grabado en directo, en él se muestra a un Clapton con suficiente vigor y chispa como para aventurar que la espera de nuevos trabajos suyos sería corta. Le rodean ilustres amigos como el mismo Townshend, Winwood, Capaldi o Ron Wood y ello contribuye a la solidez del trabajo. Pero aún pasaría un año hasta que el músico se pone a trabajar en los estudios de grabación, la inmensa calidad de los temas del 461 Ocean Boulevard (1974) muestra una selección muy cuidada de obras, muy trabajada..
El Rainbow, Ron Wood, EC y su amigo Pete Townshend
El artista vuelve de la mano de gente como Elmore James, Robert Johnson o Johnny Otis y sus composiciones son brillantes, su Get ready o Let it grow son dos piezas perfectas. Toda la grabación sería una joya así, sin más noticia, pero es que el ex-adicto incluye una versión que genera otra de sus grandes aportaciones a la música del último tercio de siglo XX, el tema de Marley I shot the Sherif, que el jamaicano había grabado el año anterior en su genial Burnin' (1973), se convierte rápidamente en número 1 en las listas y propulsa de forma automática la, hasta ese momento carrera local, de los Wailers, Bob Marley al frente. Pienso que Marley hubiera triunfado igual sin la ayuda de Clapton, la genialidad del reggaeman no hace posible dudar de que hubiera conquistado el mercado, pero lo seguro es que el que le pone el foco mediático y de público es Clapton al hacer ese maravilloso cover del tema. Una vez más demuestra que es alguien con muy buen gusto. 
Una obra maestra, welcome California
El disco funciona como un reloj suizo en todos los sentidos, musical, comercial y personal, muestra a un músico renacido del caos, tranquilo, muy californiano, con dominio de los tiempos y los tonos, la voz mejorada y la guitarra intachable. Su único defecto consiste en la excesiva diferencia respecto a los dos siguientes, el There's one in every crowd (1975) y el No reason to cry (1976) son dos discos agradables, con lo carencial que resulta eso en Clapton. Cuando salió el segundo de los dos llegué a pensar que el tipo estaba acabado, que seguiría haciendo discos de ese nivel, que si fueran de muchos otros músicos serían muy buenos, pero mano lenta no estaba finiquitado. En 1977 se descuelga con una obra maestra, Slowhand, el maestro echa mano de su viejo apodo para mostrar lo mejor de si mismo, todos los temas son superlativos, de nuevo JJ aporta una canción enorme que Clapton hace sublime, el Cocaine que nos espeta noquea a cualquiera, incluye una de las mejores composiciones propias que EC ha escrito, la balada Wonderful tonight y una pieza que es una debilidad personal (compartida por Sumaria), The core, cantada junto a Marcy Levy de forma maravillosa, y hay más, Lay down Sally, May you never, Next time you see her.... Es una grabación producida de forma impecable por Glyn Johns, un maestro que, a modo de muestra es el responsable del Who's next (1971) una obra con un sonido mítico, desarrolla su tarea en sincronía perfecta con el guitarrista, el disco suena muy bien y eso es una mejoría por parte de EC, excepto en el 461 Ocean Boulevard, la producción de toda su obra anterior dejaba algunas veces que desear. No es el caso, el disco es una bomba y los fans respiramos de nuevo, mano lenta está de vuelta.
La Blackie, su fender durante 15 años
El disco de Pretending, y algunas cosas más
Pero.... pasan doce años!!!!! hasta que una obra de Clapton merece reseñarse de forma especial, en todo ese tiempo se suceden cinco álbumes de estudio de buen nivel pero ..., un directo sólido como siempre pero sin la brillantez de otros que vendrán, recopilaciones varias y algunas colaboraciones en bandas sonoras. Pero la confianza en su talento se ve recompensada, en noviembre de 1989 Clapton lanza un excelente nuevo disco. El álbum se abre con una de sus mejores canciones: el piano de Greg Philinganes introduce el sonido con unas notas rápidas y los platos restallan y ... el amo de la Fender (volvió a ella) desgarra unos punteos apabullantes, esto es Pretending y vamos a viajar por el Journeyman (1989). Abre la citada Pretending, una pieza de Jerry Lynn Williams, hay cuatro más en el disco que Clapton mejora sin dudar, y cierra con el maravilloso Blues de Bo Diddley que Clapton ha tocado innumerables veces desde entonces, Before You Accuse Me. La obra se nutre de los estilos habituales de Clapton, desde el Blues se manejan piezas rockeras (Bad Love!!), baladas (Running on faith), el Hound dog de Leiber Stoller, Rock'roll en versión campera... El álbum maneja dos características básicas, la guitarra suena muy poderosa, Clapton se desata en los punteos, el sonido de la producción incentiva la fuerza, aunque la crítica le achaca una deriva excesivamente rockera, Clapton ha manifestado en varias ocasiones que es uno de sus discos preferidos y yo no puedo disentir de dios!! 
El segundo aspecto remarcable es que la voz del guitarrista está alcanzando la madurez que le había faltado durante años y que le inducía a no cantar, aquel cantante tímido que dosificaba sus intervenciones en Cream se está convirtiendo en un excelente vocalista, una excelencia que es fruto del oficio más que del talento pero excelencia al fin y al cabo, EC se posiciona en la música como un guitarrista que canta sus temas y ya no dejará de verse así hasta la fecha. La irrupción de Journeyman en mi discografía me "pilló" algo alejado del mundo de Clapton, la impronta inicial del disco me dejó algo frío, la producción, a veces casi popera, con lo prejuicioso que soy hacia el Pop, me impedía capturar el disfrute que con las escuchas he llegado a lograr, el disco suena muy bien pero yo lo hubiera producido más negro, menos como eso que los yanquis etiquetan como AOR (adult oriented rock), sea como sea la década de los noventa estaba al caer y fue una década prodigiosa y trágica a partes iguales para EC. Además de todo lo dicho debo reseñar que Pretending es el tema favorito de Carlos y aunque sólo fuera por eso el Journeyman ya se merece estar en la lista de discos imprescindibles del músico.
En agosto del 90 se produce un accidente de helicóptero durante una gira y mueren Steve Ray Vaughan y cinco personas más, el guitarrista era un amigo y compartía cartel en los conciertos de entonces, pocos meses más tarde se produce la tragedia mayor en la vida de cualquier adulto progenitor, su hijo Conor de cuatro años se mata al caer desde la ventana de un rascacielos. Mi teoría personal es que este semestre negro es el que ha dotado a la voz de Clapton de la abisalidad que siempre había necesitado, la muerte de su hijo es un episodio que me sobrepasa y que me hace incomprensible el hecho de que en unos pocos meses vuelva a los escenarios, y que componga una banda sonora con una canción dedicada al chaval. Tears in heaven, condicionamientos aparte, es una de las mejores canciones de Clapton, la primera grabación la incluye en la banda sonora que escribe para la película Rush (1991) pero la versión que conmociona el mercado discográfico es la acústica que incluye en el concierto de MTV Unplugged (1992), con el desgarro instalado en la voz Clapton nos sobrecoge en cada audición, las dos veces que la he escuchado en vivo me ha conmocionado, el tema y el disco están en la cima de la obra del inglés. Siempre he pensado que el Unplugged es un ensayo personal del guitarrista para preparar su obra maestra, es un disco en el que se despoja sin esfuerzo de barnices poperos, el poco Rock es blueseado y la música deviene auténtica y hermosa. 
La casa de Clapton, en las Barbados
Hace unos años, más o menos por aquella época, discutía con una fan de J.J. Cale sobre Clapton, la chica, tan fogosa como yo en este tipo de discusiones, lo tildaba de plagiador, blanquito bluesero y de un montón de horrorosidades más, mis apelaciones a que en arte todo es plagio en cierta manera, a que era un bluesman admirado por los grandes guitarristas negros del Blues y a que la carrera de su admirado Cale existía por el tino de Clapton al versionarlo, no lograban nada. Entonces yo le puse como ejemplo Tears in heaven como muestra de canción grande de verdad, su respuesta me dejó estupefacto (la chica era radical hasta las muelas), "Ese temita romántico? Bah!", le tuve que explicar que era un homenaje a su hijo muerto y todo eso, afortunadamente ninguno convenció ni un ápice al otro y seguimos siendo amigos hasta que perdimos el contacto. Pero la anécdota la he recordado y mencionado en multitud de ocasiones (perdón para quien ya la conozca) porque define muy bien la subjetividad de la música pura, si una elegía triste puede ser escuchada como una balada blandita (en no sabiendo inglés, claro) cualquier sonido es percibido a partir del filtro personal que lo mediatiza, en ocasiones por afinidad o afecto hacia alguien uno incorpora músicas que sin la intervención de esa otra persona no se hubieran producido, o sea, que a ver si consigo que alguien se haga seguidor de Clapton!!!
El disco, Blues sin coartada desde la cuna
1994, año de From the cradle, desde la cuna, desde los orígenes, en la esencia. Al principio todo fue el Blues y cuando Clapton, veterano, desgarrado, maduro, genio y músico, decide grabar un disco lo hace como nunca. Es el mejor sin discusión, todos los demás discos de Clapton son un recorrido previo del artista para llegar a las 16 piezas blueseras que componen esta joya. En los calendarios del mundo entero debería retirarse el número 1994 y sustituirlo por la leyenda: "From the cradle's year", la primera vez que lo escuché ya tenía noticias de que el disco era exclusivamente de Blues pero no capté la dimensión de esa exclusiva hasta tenerlo en mis oídos. El Fdc arranca con Blues before sunrise, el rasgueo enfebrecido inicial de la guitarra se alimenta en seguida de las agujas punteadas de las notas más agudas... y de ahí hasta Groaning the blues, el tema 16 y el que te genera un impulso único e inequívoco, reiniciar la audición otra vez. Todos los temas son ajenos, piezas de Blues que EC quería grabar para desnudarse en los tracks, todas son imprescindibles, todas son Blues.
Nunca he tenido una canción preferida del disco, van cambiando, en el momento en que escribo esta entrada me apunto al temazo del gran Elmore James, It hurts to me, espectacular. Merece una mención especial un tipo que está en las cocinas de los tres últimos discos reseñados, Russ Titelman, al que no dejo muy bien en Journeyman (eso es culpa de Jill D'Abate, el otro productor y un popero de cuidado) pero que en el Unplugged y en Fdc está sencillamente espectacular, el sonido de los tres discos es perfecto cualitativamente, pero en los dos últimos es algo mejor, es idóneo!, y eso es a lo que debe aspirar un productor, hacer que el disco suene a lo mejor del artista que lo graba. Thanks Russ.
La época con Titelman se acaba y pasan cuatro años de sequía discográfica con material nuevo, hasta que de la mano de su nuevo productor, Simon Climie (con el que trabajará en varios tesoros), aparece con otro disco magnífico, Pilgrim (1998). Este disco coincide con una etapa personal algo turbulenta por mi parte y la inmensa calma que desprenden las canciones "peregrinas" me acompañaron muchas veces, el lanzamiento del disco no provocó el entusiasmo del anterior pero fue también muy buen recibido y por una vez convengo con el mercado, es un disco merecedor de muchos elogios. 
Una grabación de recorridos extensos
Es un trabajo que explota básicamente material propio y la calidad de los temas, del sonido y de los arreglos es enorme, desde la profunda My father's eyes (que abre el disco), pasando por Sick and tires (un Blues intensísimo), o la tremenda She's gone (In the middle of the night, in the middle of the day, .... she take me to the edge, take me to the sky, she's gone, she's gone, I'm telling you she's gone), todos los tracks son muy buenos, el público bluesero echa en falta más de los suyo, pero es sólo los que no escuchan su guitarra como es debido. Voz perfecta, guitarra exuberante, Clapton 100%.
Y de un Clapton a full, un Clapton al 50%, llega, porque era inevitable que llegara, una grabación con el rey, Riding with the King (2000), el siglo 21 se inicia con esta fantástica dupla. El disco contiene en su mayoría clásicos, casi todos de BB y algunas versiones, es un disco de Blues en mayúsculas donde las guitarras brillan por encima de todo, no puedo pensar en mejor homenaje de EC hacia uno de sus maestros y fuentes de inspiración, el pulso bluesero de Clapton le debe tanto a Lucille que tenía que hacerse un disco así. Los diálogos entres las dos guitarras son muy intensos, en el Trhee o’clock blues erizan la piel, el bailongo Riding with the King te enchufa desde el primer segundo,  ese delicioso blues playero que es Help the poor que BB ya toco en su bestial Live at the Regal (ya comentado en otro post), y el momento más intenso del disco, When my hearts beats like a hammer, con la desgarrada garganta de King bailando con las guitarras. Brutal. Un disco más que afianza el sendero de Blues puro del guitarrista, cuando se aparta formalmente de él lo hace bien, y muy bien, pero en ese territorio la música de este hombre me somete.
Ya estamos de lleno en la época del mp3 y su siguiente trabajo es un disco que, debo reconocerlo, no tengo tan escuchado como se merece, el aluvión de posibilidades de escucha que se abre con la normalización de los reproductores y las megabibliotecas portátiles que tuvo lugar en el tiempo en el que Clapton lanza Reptile (2001), opacan la atención sobre él. Recuerdo que en aquel tiempo estrené mi lector de CD que soportaba mp3 y las eternas grabaciones de discos para poder disponer de música portátil para elegir son una imagen que fotografían muy bien aquel tiempo, los Ipods tenían poca capacidad y no me fue posible comprar un reproductor de 40 gigas hasta el 2004... pero eso es otra historia que tendrá su entrada. La cuestión es que el Reptile es un muy buen disco, como en una alternancia temática esta vez se desmarca del 100% bluesero pero contiene piezas fantásticas y la escucha merece la pena. Abre Reptile, el tema homónimo con el CD y es una pequeña preciosidad que destila aires cajun-hawaianos, más adelante hay otro tema del gran J.J. Cale (Travelin' light), sigue un Blues clásico de dos autores que no conozco y que Clapton canta con maestría y sigue desarrollándose este buen álbum con diferentes versiones y algún tema propio. Una mención especial merece la bellísima versión del tema de James Taylor, Don't let me lonely tonight, es de cena con velas y ... En realidad debo confesarlo, es que estoy impaciente por hablar de su dos próximas grabaciones y ya no me puedo demorar más.
Faenando en el One more ..
2002, hasta ese año se tomó Clapton para grabar su directo definitivo, anteriormente se encuentran varias grabaciones de conciertos y giras que son fantásticas, en los Crossroadas (1988), el segundo CD de Blues (1999), los Live de Cream y el mismo Unplugged que es un directo, hay geniales versiones de las canciones tal como se han de escuchar, tocadas a pelo y con bandas sonando muy bien. Pero llega el One more car, one more rider (2002) para romper la baraja, el doble es una selección del concierto que dio en el Staples (vaya con los Lakers!) en agosto dentro de la gira mundial de 2001 y es un disco fundamental para optar a comprender al Clapton de los últimos años. El tipo tiene repertorio para llenar diez conciertos y una de las dificultades que vence solventemente es la elección atinada de gozadas que va a compartir. Podría parecer una redundancia afirmar que no hay músico malo en ninguna de las grabaciones de Clapton, un instrumentista de su nivel no toleraría desajustes en este aspecto, pero es que la banda de este directo es privilegiada, la base rítmica es una de las mejores que es posible encontrar en estos tiempos, el órganos de Billy Preston un lujo y la segunda guitarra está en manos de un experto. El disco, en la línea de sus recitales desde hace tiempo, tiene dos partes, acústica y eléctrica, en ambas está sobresaliente. En la primera son imprescindibles: el Tears, el Change the world, el Bell bottom blues y una fantástica recreación de Reptile y en la parte eléctrica, más joyas: Sobresale la fiereza del She's gone, la intensidad del Father'eyes, el desparpajo del Hoochi. Coochie y Wonderful tonight, y Layla y River of tears y ... Todo el disco se consume con fascinación y quien tenga la suerte de verlo en DVD aún mejor, porque además de verlos en él se incluye un tema de, y con, Billy Preston que no esté en el CD. Así se edita un directo, Simon y su magia.
La contraportada del sessions, ave Robert J
Comentaba que en el Riding se plasmaba un homenaje en forma de colaboración a unos de sus mentores musicales pero en el Me and Mr. Johnson (2004) y el Sessions for Robert J (2004 CD-DVD) lo que hace el inglés es desnudar la esencia de sus orígenes. Robert Johnson es una figura capital en la historia del Blues, si tuviera que establecer un parangón con el Jazz diría que es su Louis Armstrong, el hombre cuya influencia se ha desparramado por todos los músicos de Blues posteriores y que, obviamente, Clapton adora. Para más señas hay que decir que Mr. Johnson es el músico que inaugura la curiosa edad de los 27 para morirse (es que a veces los jóvenes se piensan que todo lo han inventado ellos) y su muerte, por supuesto, no se produjo de forma natural, existe controversia, Cómo no?, ya que existe la versión de que fue envenenado con estricnina pero no es la única explicación que circula. La cuestión es que es un pedazo de artista que con una cuarentena de temas cimentó las bases de una manera de vivir y acercarse a la música. Un guitarrista de Blues como EC, en la cercanía de los sesenta años, con la vida llena de experiencias de todo tipo en la mochila, decide que es el momento para dar a conocer a Robert J. y darse el gustazo de grabar sus temas. Una vez más es procedente hablar del hombre que posibilita el sonido del álbum, Simon Climie sigue gestando arquitecturas sonoras impecables, ya son varias las muestras de ello, pero aquí logra una acústica espectacular, las slide guitars serpentean sobre el órgano de un tal Billy Preston (me suena ese nombre), luego el piano centellea entre la voz gamberra de Clapton, se superponen guitarras de forma cristalina, toda la formación que interviene suena donde y como debe, un maestro. La voz rasgada, la guitarra templada, las versiones perfectas, en resumen, el disco perfecto para iniciarse en los orígenes del Blues, comprobar en que la supuesta uniformidad de las canciones de Blues es un camelo y correr luego a hacerse con grabaciones del primer tercio del siglo XX para hacerse devoto.
El Sessions es una prolongación del Me, con algunas tomas descartadas, alguna toma directa de voz y guitarra y otras versiones no incluidas, el CD se escucha como si fuera la segunda cara del anterior. En realidad es que es así porque en los músicos son básicamente los mismos, excepto en algún tema acústico y casi íntimo. Algunos críticos opinan que es incluso mejor y aunque para mí sea una obra conjunta y definitiva algo de razón parecen llevar, en el Sessions encuentro más pureza aún, más cercanía a la música de esas primeras décadas del siglo XX. La obra mejora el proyecto similar que había hecho el fino e irregular Peter Green, en The Robert Johnson songbook (1998), aunque también lo recomiendo. El DVD que acompaña al producto no lo he visto tal como se editó (mi experiencia con él es a través de Youtube) así que no puedo opinar con perfecto conocimiento de causa, lo contemplado es precioso con tomas donde EC nos explica aspectos de la manera de tocar y de sonar, grabaciones en escenarios donde Robert J. había estado y vídeos de las canciones que componen el CD. En conjunto, los dos CDs y el DVD, son imprescindibles y me da que han convencido a un montón de claptonescépticos acerca de las cualidades como bluesman del inglés. La trayectoria de EC sigue creciendo sin cesar, tras la publicación de esta trilogía pensé que el músico había cerrado un ciclo y de momento, los productos posteriores avalan en cierta manera esta tesis, no veía a Clapton sacando otro disco de Blues, después del Cradle, el Riding y estos, el horizonte me parecía inalcanzable, supuse, y acerté, que retomaría la senda de discos más heterogéneos.
Y llega Back Home (2005) de la mano de un Climie más presente aún, con él cocompone la mayoría de temas propios del disco. A estas alturas de la fiesta el producto es, y no se tome por una crítica, previsible. Blues, Soul, Rhythm and blues, baladas y toques roqueros. El guitarrista tocando con una solvencia apabullante y cantando con la serenidad que le confiere todo el bagaje acumulado. El Back Home es un disco tan bien hecho que a veces no se nota, las composiciones son notables y las versiones selectamente escogidas y reinterpretadas (S.Wonder, G. Harrison, Spinners), su único defecto, que es menor pero lo es, es que en muchas ocasiones la elección de su escucha sucumbe ante la opción del Pilgrim, el Ocean, el Slowhand o el Journeyman, por citar discos entre los que se podría catalogar, es un efecto de tener tanta posibilidad de elección, uno se decanta casi siempre por las obras maestras en detrimento de otras opciones muy válidas. Si hay que citar un tema, el Piece of my hearth compuesto por chicos de su banda, un lujo con guiños casi poperos pero delicioso.
Dos amigos tomando el fresco con sus guitarras, Clapton y Cale
Pero Clapton aún guarda ases en su mágica manga, cuando en la reseña anterior hablaba de previsibilidad, él debía estar escuchando porque en 2006 me sorprende una vez más, en realidad cuando salió el Road to escondido (2006) ya hacía meses que la noticia circulaba por la red, Clapton y su "muso" JJ iban a grabar un disco juntos!!! Al principio me lo tomé como una de esas leyendas urbanas que la red difunde y engrandece, pensar que el anónimo Cale iba a mostrarse al mundo con una figura tan luminosa como EC era de risa, cuando haga la entrada de JJ se entenderá mejor este comentario pero hay que saber que es un artista que huye de fotos y focos como de la peste. Pero sí, era verdad, el rumor fue tomando consistencia y se hizo realidad, el disco se publicó a finales del 2006 y se dedicó a Billy Preston ya que había fallecido meses antes y fue el último trabajo en el que su Hammond sonó. La historia de esta grabación tan inesperada se gestó en un concierto en el que coincidieron Clapton y Cale y éste le pidió que le produjera un disco porque quería un sonido más sureño, más Cajun, al final fue un disco a medias con casi todas las composiciones del yanqui. Es un disco diferente al de cualquiera de la carrera de EC, suena Cale y suena muy bien, las voces de ambos se complementan, se encazallan un poco y al aire de las guitarras zumbantes se desgranan 14 de esos temas que JJ hace tan bien, aire caliente en la cara, humedad sureña, pantanos y aguardiente, esto es lo que se oye en el disco. La producción también la hicieron a medias con Simon de supervisor. Me pregunto qué habrá pensado mi amiga fan de Cale y con aversión a Clapton de esta obra...
Un diseño hippie para un directo magnífico, más amigos con los que tocar
Clapton se ha revelado fiel a los amigos durante toda su trayectoria, uno de ellos es Steve Winwood, el talentoso teclado que le acompañó al inicio de su carrera y colíder de los efímeros Blind Faith, han colaborado durante décadas de forma constante e intermitente a la vez, Winwood formó junto al batería Jim Capaldi una de las bandas más inteligentes de la historia, los Traffic y luego ha hecho una meritoria carrera en solitario. En Mayo de 2009 ambos se juntan para dar un recital en el Madison, fruto del mismo se edita el Live From the Madison Square Garden (2009) que es un gran disco en directo. El doble Cd contiene bastantes momentos antológicos, yo reseñaré tres. El Glad de los Traffic que es una debilidad personal y que brilla de forma espectacular en esta versión, la estratosférica versión del Voodoo chile de Hendrix que Clapton hace explotar, el mismo Jimmy hubiera hecho arder sus palmas con esta recreación y la bellísima Can’t find my way home de Winwood, sólo por esos tres momentos ya es disco irreemplazable y hay mucho más, qué más se le puede pedir as un músico que el hecho de que edite directos tan rotundos en las épocas que se suceden entre nuevas grabaciones?, creo que poca cosa más.
El coqueto Calpton luciendo los sesenta
Casi hace nada el guitarrista presentaba su penúltimo disco, en septiembre del año pasado, Clapton (2010). Es un falso disco de la saga blanca del guitarrista, la primera escucha lo podría asociar al Back home o al Slowhand, pero es más negro, hay coqueteos con el Jazz y mucha ruta sureña en sus tracks. Confieso que es un disco que he descubierto en la preparación de esta entrada, me hice con él cuando apareció y quedó oscurecido por las dinámicas de escucha que llevaba entonces, primero una época muy de clásica que luego se encadenó a otras también temáticas que no incluían música de este tipo. La cuestión es que cuando me disponía a escribir me di cuenta de podía decir poca cosa del álbum, en realidad sólo una: el Travelin’ alone que abre el disco (tema del bluesman Lil’ Son Jackson), con ese riff cadencial, sinuoso y casi hipnótico, es brutal, perfecto. Como reseña de un disco y de las sensaciones que provoca me pareció que hubiera quedado un poco pobre y le he dedicado unas cuantas escuchas atentas. Conclusiones: Hay cambios en la sala de máquinas y Climmie no está, lo coproducen el mismo Clapton y un guitarrista suyo de los últimos años, Doyle Bramhall II. Y se nota, la brillantez de producción ha dejado paso a un sonido muy natural, haciendo un símil cinematográfico, ha pasado de Orson Welles a John Ford, de Coppola a Kasdan (esta referencia es para los que sólo miran cine en color). La atmósfera del álbum es muy suave, la voz de JJ nos sorprende en el tercer tema, River runs deep, son efectos del Road y el disco va camino de tener muy buen empaque, un precioso blues de Snooky Pryor viene con la armónica de Kim Wilson (un maestro), y más allá, de repente, sin previo aviso, nos golpea la trompeta de Wynton Marsalis, en un estándar de Irving Berlin, How deep is the ocean, el trompetista interviene en este disco en un preludio de su colaboración en forma de disco compartido que es hasta el momento lo último que ha publicado Clapton, ya comentaré sobre él. Metidos ya en aires de Jazz, una canción de cabaret tocada a modo de pasacalles de Bluegrass, una delicia: My very good friend the milkman, luego un ardiente y bestial blues de Walter Jacobs para poner un poco de orden, o de lo que sea que pone el Blues en el alma, y otro a medio tiempo de Robert Wilkins (pero que gusto más exquisito que tiene Clapton!!!).
Uno se repone del fuego meciéndose con JJ que vuelve jazzeado de forma suave (la mano de Wynton se nota), y el disco sigue muy alto hasta el final, una enorme rítmica en el único tema que firma EC, el penúltimo y despedida con otra delicia muy delicada, el Autumn Leaves de Kosma y Prevert, la voz de Eric casi susurrando el romántico tema que han versioneado unos cuantos grandes del Jazz (por poner unos ejemplos: Cannonball, Corea, Jarret, la canta Sinatra y Cassandra, un temita!, ah claro, también la ha tocado unas cuantas veces un tal Miles Davis, tal vez por eso la trompeta de Marsalis no aparece en este tema..) que incluye un sólo brutal, diría que hecho de finísimas agujas. A veces pienso que tengo demasiada música y que no puedo llegar a disfrutarla como se merece, descubrir este disco ha sido una gran consecuencia de escribir esta historia (Carlos también anda estos días escuchándolo).
La noche de jazzear
Y llegamos al final, estamos en 2011 y el verano se ha ido, su salida ha comportado la llegada del último trabajo del guitarman. Play the blues (2011), su reciente aparición no es obstáculo para que comente esta grabación con datos acumulados, mi iPod quema en esa franja de la memoria en el que se han depositado los bits de esta música, lo he escuchado ya en numerosas ocasiones y en todas las audiciones he disfrutado y he aprendido. Vamos con los datos, el disco es el resultado de la grabación de unos conciertos en el Frederick P. Rose Hall de NY, dentro del festival Jazz al Lincoln Center, la producción del álbum ha sido criticada por los expertos, mi versión es que se ha buscado un sonido muy puro del directo y eso siempre atenta contra la fidelidad del sonido, los temas suenan a medio camino entre la banda y el público y ese efecto tan agradable para mí, tiene sus detractores. Dicen que el repertorio lo elige EC mientras que WM ejerce de director del combo, es bastante posible, es conocida y constatada la buena selección de temas que Clapton hace siempre, y el aroma a Jazz clásico, ese sonido Dixieland tan logrado, no puede ser obra más que de Marsalis, que lleva décadas reivindicando la pureza del Jazz. El resultado es un disco memorable, lleno de sonidos de la calle a partir de una revisita a viejos temas de Blues y de Jazz. Como ya he comentado en el párrafo del Clapton, la colaboración del guitarrista y el trompetista se gesta en la grabación de este disco de 2010, es más que probable que fuera EC el que solicitara la colaboración de Wynton para un nuevo trabajo, lo importante es que el resultado es redondo, una ristra de temas maravillosos interpretados con pasión por una banda de excelsos instrumentistas. El invento funciona, juntar al bluesero más artificial y genial con el jazzero más purista y talibán de la ortodoxia, produce un disco de amor por la música sin límites, los metales con los que se arropan constituyen todo un acertado capricho , como de nuevo rico caprichoso y de buen tino, el clarinete de Víctor Gaines, el trombón de Chris Crenshaw y la segunda trompeta de Marcus Printup,  son extraordinarios, las voces de todos responden a una fiesta de música en libertad, el disco es una bomba para los sentidos de un aficionado como yo. Dejo para los puristas de todos los bandos los análisis sobre la perversión que representa juntar estos dos nombres (Clapton y Marsalis), yo sólo estoy en este negocio por placer y eso es lo que obtengo con esta obra. Empezar el disco con el Ice  cream de Armstrong ya es una osadía de la que salen triunfantes, y el repertorio que ofrecen, creo que ya está dicho que Clapton tiene un gusto exquisito para estas cosas, variado, osado y apabullante. Cuentan que la inclusión de Layla no estaba prevista y que fue una petición personal del bajista Carlos Henriquez, qué pedazo de recreación del himno de EC que se marcan, impresionante y definitiva, a modo de Dylan, que reinventa continuamente los temas en directo, el combo jazzea y aplana la potentísima canción de amor que Clapton escribió hace 41 años. Una de las guindas del disco es la intervención del mítico Taj Mahal luciéndose, también aparece en otros temas pero en este hace como de estrella invitada, en el clásico y hermoso Corrina, Corrina. Hay mucho más en el disco, muchos matices, mucha intensidad, mucho placer. Casi cierro esta kilométrica entrada con la invitación a que sea disfrutado, con o sin imágenes del DVD.
Clapton y sus amigos, aquí con uno de los primeros, un tal George
Esto ha sido todo, dudo que leer todo este ladrillo le represente a nadie ni la mitad del gozo personal que ha representado para mí durante estas veinte madrugadas el caminar por la vida de un grande de la música de todos los tiempos. El Ipod ha hecho desfilar en mis oídos los tres días, tres horas y 42 minutos de música suya en un bucle constante y llegado este momento creo que el deseo que inspiraba la escritura de este texto debería haberse cumplido, amo a este gentleman (la etiqueta es de Sumaria).

sábado, 10 de septiembre de 2011

Dos estados de flujo (flujo dos)

En el viaje mental hacia el primer estado de flujo, producto de la lectura ya citada del blog de Carmen,  me demoré en varias ocasiones, y de forma sustancial en el segundo, un recuerdo mucho más cercano en el tiempo y con bastantes coincidencias con su gemelo nórdico. 
Montañas de Anatolia
Durante los días en los que gestaba este escrito, que finalmente se ha desdoblado en dos por un aspecto de pulcritud personal, se ha ido desarrollando en mi cabeza el trajín ente uno y otro momento de mi pasado y ello ha devenido en una constante de este tiempo, he detectado en ellos escenarios disimilares sin discusión, situaciones personales distintas a rabiar, estados de maduración personal a años luz el uno del otro, en resumen, un cúmulo de diferencias frente a un pequeño ramilletes de similitudes.
La semejanza obvia es la repetición del estado de flujo, de eso trata toda esta historia bífida, y de esa paridad no hay mucho más que destacar, pero lo más aparente es el vínculo que mantienen ambos con músicas que mantienen una gran correlación. Quedó claro que la aleación fiordo-Doors era no buscada y no sólo eso, sino poco entendida por mi parte por las razones ya expuestas, supongo que el recuerdo habrá borrado parte de la importancia que en aquella época le daba  la banda de Morrison, pero la enseñanza de los años demuestra que, si la tuvo, fue tan circunstancial como efímera. La música del segundo, que se desvelará un poco más abajo, guarda las simetrías de la circunstancialidad y la cualidad de efímera, es idéntica en la sobrevaloración histórica y, cómo no?, tiene un cadáver joven para ofrecer al cautivado público. Ambas son músicas de bandas que se esfuman al sucederse la pérdida de su cantante, líder y compositor y las coincidencias son notables (es conocida y plausible la teoría de las coincidencias no son más que circunstancias a las que uno aplica un foco que las hace curiosas, que uno encuentra las concordancias y se asombra simplemente en aquellas sobre las que pone su foco de atención, pueden parecer como espectaculares, pero tan solo si uno no es un descreído como yo).
Tiempo olímpico
Y nos ponemos a viajar, para no ser menos que en el viaje escandinavo, nos vamos a otro año fetiche de la reciente historia española, nada menos que a 1992, el año olímpico, el último periodo en que Felipe se sintió cómodo liderando el cambio de la sociedad española, llevándolo del norte de África (tan mal estaba aquello Felipe?) al sur de Europa, España brillaba en el escenario occidental con unos preciosos JJOO y una Expo mediterránea y luminosa. Era septiembre, todos los fastos apagados pero muy recientes en los millones de retinas que los habían gozado, y mis pulmones engullían el mediterráneo oriental, estaba en Turquía, una de las cunas del mundo, el símbolo perfecto del mestizaje, puente de continentes y con una fascinante personalidad múltiple. Este viaje también se había diseñado desde meses atrás, esta vez con mucha menos cualidad de difuso, todo el recorrido estaba marcado desde antes, quince días en el país otomano, una semana de autocar y otra en Estambul, mitad recorrido libre, mitad ruta fijada. Y para ser bien diferente al primer viaje, este no sólo era con la pareja proyectada, sin enfermedades súbitas ni nada extraño, sino que, además, era un viaje de bodas y para dar un toque peculiar, fruto de una boda simultánea de dos parejas, y los cuatro hacíamos el viaje juntos.
En el noventa y dos, existía un objeto, ya mencionado en alguna entrada anterior, que revolucionó mi mundo, se trataba del walkman. Y no tenga nadie ninguna duda de que en mi viaje lo llevaba, es más, llevaba dos por si se estropeaba el bueno, y un paquete de pilas para repuesto, no fuera el caso que se me acabaran en medio del autobús o en medio de la noche en el hotel. Y durante semanas, previas al viaje y a la boda, mantuve una constante actividad de preparación de cassettes, quise que todas las grabaciones fueran mezclas nuevas y propias, las realicé con estrategia temática: música oscura, viajera, eléctrica, barroca, de ocasos, para las noches en el hotel, etc.. no recuerdo el número de cintas exactamente pero si sé que eran más de veinte, todas de calidad "ferro" y de 90 minutos, y con los contenidos de música referenciados a las constantes que ya desde entonces me acompañan, Davis, Bach, Dylan, Fripp, Young, Zappa, Zeppelin, Stones, Camarón, Clapton, Marley y Tosh, etc.. más alguna cosa reciente por aquel entonces, Pearl Jam, Red Hot, Gabriel, Dead can dance, Eyeless in Gaza, A certain ratio, y unos cuantos. 
Paisajes únicos
Los años me han demostrado que los errores siempre son evitables, aunque a veces el coste de eliminarlos no compensa necesariamente, por aquel entonces aún no lo sabía de forma suficiente y no realicé un repaso metódico de mi equipaje, la partida hacia Turquía tuvo lugar a las pocas horas de dar por concluido el fasto binupcial (ceremonia a finales de la mañana, banquete al mediodía y tarde con casi trescientos invitados de las cuatro familias y fin de fiesta por la noche con guateque hasta el alba). Es evidente que en las condiciones que la jornada dejó el cuerpo no se podía tener un grado de atención suficiente y los eternos preparativos prenupciales no habían dejado el tempo necesario para tenerlo preparado por anticipado. El resultado fue una maleta y una bolsa con "casi" todo lo necesario para disfrutar de un viaje a un país único y que no puede dejar de conocerse.
El descubrimiento de la catástrofe se produjo en la habitación del hotel de Estambul que nos acogió en la primera noche, llegamos sobre las dos de la madrugada hora local y el autocar nos esperaba pocas horas después. A pesar de la excitación que la situación conllevaba, primera noche del viaje de bodas, y de las actividades que llevamos a cabo en ese escenario tan cacareado, quise prepararme la bolsa de mano que llevaría durante la semana de autocar. Los aperos musicales fueron facturados, como todo el equipaje, por razones que ahora no puedo precisar ya que no acabo de entender que no quisiera llevar música durante el vuelo, no sé, la cuestión es que cuando me dispuse a ordenarlos en el macuto me llevé un chasco terrible, encontré un walkman, su suplente, el paquete de pilas, los cascos... pero la maldita bolsa de cintas no apareció, deshice nuestras dos maletas y la bolsa, rebusqué hasta en los neceseres, fui hasta la habitación de nuestra pareja de coboda a primera hora de la mañana, todo en vano, una voz interior me  indicaba que aquella bolsa que había quedado sobre la mesita de despacho contenía toda la música preparada y olvidada.
le llaman el valle del amor (en serio)
Día uno del viaje y sin nada de música para escuchar. Me niego a perturbarme por ello y decido que ya lo solventaré. Primera parada del autocar en una gasolinera y me lanzo sobre el expositor, el espectáculo es deprimente pero no definitivo, consigo tres cintas que pueden oírse y respiro con alivio.
El viaje prosigue sobre la ruta contratada, el mundo turco fuera de la capital, rastros helénicos en algunas visitas, vapor en los baños turcos de Bursa, el lujo del hotel en Ankara, y... el autocar nos deja, sobre el mediodía, en un pueblo de Anatolia, no he conseguido recordar el nombre y la zona cuenta con tanta variedad de zonas visitables que no puedo asegurar cual es, de lo que no hay duda es que aquello era unas ruinas típicas de la Capadocia. La visita constaba de dos partes antagónicas por su desplazamiento físico, la primera consistía en un descenso que se adentraba en una ciudad hitita subterránea, decenas de metros en vertical a través de angostas escaleras que recorrían las dependencias escarbadas en la roca del subsuelo y luego un ejercicio similar para empinarse y recorrer el conjunto de viviendas trogloditas excavadas en la montaña, no me cabe duda acerca del enorme interés cultural y estético de la actividad programada, pero uno es muy suyo y lo único que me interesó en aquel momento fue una terraza, a la sombra de unas frondosas higueras, en la falda del muro de una roca montañosa, mesas de madera (desiertas!!), el aire calmo, la promesa de una jarra fresca y, tal vez la motivación mayor, soledad garantizada durante un buen par de horas.
Viviendas en la roca
Siempre he pensado que el viajar es una actividad placentera (cuando se realiza como actividad de ocio, naturalmente) y siendo consecuente con ese pensamiento, el verse atrapado en la espiral del  aprovechamiento del momento no me ha seducido nunca, viajo por disfrute y si estoy cansado no me muevo, y si me pierdo la tercera maravilla mundial por no querer exponerme a una cola detestable o no accedo a cualquier cosa por no apetecerme en aquel momento, no me crea la sensación de pérdida sino de libertad gozosa, aquello que se acomode a mi ritmo bienvenido, aquello que fuerce el trajín en aras del "yoestuveallíylovi" que se quede sin ser visto. Aquella fue una de esas ocasiones, ya estaba algo harto del grupo del autocar, de la cháchara del prototípico guía local, del ritmo borreguil que impera en las visitas de este tipo de viajes y en general de sudar sin desmán ni descanso. La visión de las preciosas hojas de la higuera, árbol mítico en mi imaginario personal, me concedió la lucidez. Y renuncié a la realización de las visitas programadas, anuncié que esperaría tranquilamente en la terraza y vi marchar al grupo con alguna protesta sencilla de sofocar.
Allí estaba yo, sentado frente a una ladera pueblo, frente al muro de roca horadado por innumerables viviendas milenarias, el vestigio de un mundo que no existe y que respiraba sensaciones rotundas, el aire de otro ritmo, otro sentido, otra mirada, otro mundo. El camarero me trajo una más que atractiva jarra helada de cerveza y su sonrisa alejándose me indicó que el universo estaba en su sitio. Apenas un sorbo y la mirada se me queda capturada por la ensoñación de una vida pasada que jamás podría ni hacer el esbozo de intuir, el pensamiento surca el tiempo en el que la desnudez transitaba por las escalas, los vigías en lo alto persiguiendo sombras amenazantes de invasores sedientos de aniquilación, las penosidades de una vida muy física en medio del lugar más místico imaginable, azul y gris, cielo y roca, motetes de verde, tiempo suspendido...
la entrada al estado de flujo
Y el ruido de la manada turistera que me devuelve a la realidad, a otra realidad, lo primero que me sorprende es la temperatura de la cerveza, la jarra está llena y caliente, caldito desespumado, casi escupo el sorbo que me llena la boca. Contemplo como me hablan, sólo miro porque mis oídos aún no han regresado, asisto a una sucesión de rostros sudorosos y con semblantes a caballo entre la curiosidad y la envidia, mi lenguaje corporal es irritantemente calmo, tan solo mi mirada se mueve, mi mano descansa en la jarra traidora, los cascos aún en las orejas. En ese momento soy consciente de mi fluyente viaje, me han hecho regresar de un lugar excepcional y no hay que darles demasiada tregua, mi cerebro, como un milhojas que se fuera creando capa a capa, va gestando una vuelta lenta y paulatina, el primer periodo es recuperar el lenguaje de mi cuerpo, saber de nuevo los resortes que lo gestionan, qué mueve el brazo y para qué quiero hacerlo en ese momento. Lo siguiente es la sedimentación sensorial, volver a escuchar lo que el walkman escupe en forma de bucle infinito, saber que no quiero dejar de escucharlo (la mayoría del grupo se ha ido a por refrescos, el resto me deja unos momentos en paz), redirigir la mirada hacia el paisaje y ser consciente de que debo despedirlo. El hojaldre cerebral acabado y ya puedo resocializarme un poco, lo poco que ya es lo habitual. En ese momento, auriculares quitados ya, otra mujer, diecisiete años más tarde, me dice la misma frase, Qué cara más rara tienes, estabas tan raro!!, varias veces y con énfasis temeroso. Sería hechizante contar que en ese momento recordé la vez anterior y viajé en un instante al fiordo, pero no, para nada, la asociación llegó días más tarde. Esa vez el regreso del estado de flujo me llevó algo más de tiempo y estuve casi veinticuatro horas en estado de irrealidad fluctuante. El viaje ya llegaba a Estambul y la ciudad de Constantino me capturó de tal manera que borró todos los efectos secundarios. El momento tuvo su tiempo y ya había pasado.
Y toca ahora hablar de la música que decoró el momento, narradas ya las circunstancias que impidieron un fondo sonoro más elegido, toca desvelar los contenidos de los tres cassettes de gasolinera que tuve la suerte de encontrar en la mala suerte de no tener lo que tenía que llevar conmigo. Entrar en la tienda de la gasolinera es una inmersión instantánea en el modo de ser otomano, los turcos son grandes viajeros, grandes cocineros, grandes vividores (o sea son muy mediterráneos), pero sobre todo y ante todo, son comerciantes, respiran trueque, viven del regateo y florecen en los escaparates de sus posesiones para vender. Si uno tiene la imagen de gasolinera occidental surtida de productos previsibles y caros, que aleje tal esquema de su imaginación, la tienda de una gasolinera es un reflejo de su propietario, puedes encontrar alfombras o televisores, juegos de cama o azadas, no importa el tipo de objeto, si lo tienen lo ponen a la venta que alguien lo comprará, aquella era mi primera experiencia en este abigarrado mundo y me sorprendió la heterogeneidad de artículos, mis ojos ansiosos cazaron el expositor y los dedos empezaron a bailar cobre las cajas de plástico.  
un disco menor de un grupo mayor
El primero, Tubular Bells (1973) de Mike Oldfield, bien, es un disco que siempre se puede escuchar y disfrutar, una obra tramposa pero bien mentida. Algo es algo, me la sabía de memoria pero justamente por eso, porque la había escuchado durante mucho tiempo sin cansarme. Los dedos siguen su baile, mucha morralla folklórica, éxitos estivales de las últimas décadas... y aparece el segundo. The dark side of the moon (1973), los Pink Floyd en un álbum del mismo año que el anterior, dudo un poco porque es un disco menor de los Floyd, pero el surtido no deja muchas opciones, lo pillo y hago una última pasada. El tiempo disponible se agota ya que a través del vidrio del escaparate veo que el grupo ya se está reincorporando al autocar (es el primer día del viaje y no es aconsejable darse a conocer como el tipo que hace esperar a los demás en la primera ocasión). Dedos frenéticos y aparece el Nevermind (1991), bueno, algo más actual, el disco que recién había publicado Nirvana, lo incorporo y me subo al bus.
una obra genial
Cada una de las cintas tenía un tercio de posibilidades de convertirse en el fondo musical del estado de flujo, los cassettes fueron sonando de forma correlativa el resto del viaje y en aquel momento de la terraza estaba puesto el Nevermind. No eran los Nirvana ni siquiera mi grupo preferido de su estilo musical, el Grunge, los Pearl Jam o Soundgarden me parecían, y me parecen, mucho más interesantes, pero era un disco que estaba bien y aunque me molestaba un poco el enorme éxito que había cosechado (tiene bastantes números para estar en el top ten de discos más sobrevalorados de la historia de la música "moderna") era un complemento vigoroso de la terna adquirida. Y fue éste, el disco del bebé nadador y pesetero, el sonido que, esta vez de forma real, regó mis oídos en el trance, otro disco de otro "mito" que desaparecería a la edad fetiche, los 27, otro disco de otro grupo sobrevalorado, otra música no elegida y no revisitada en demasía en los años posteriores, otro complemento curioso de una experiencia más que curiosa.
el sonido del fluir
Y esto ha sido el producto de la lectura de un texto que me ha hecho viajar en el tiempo, uno crece y va sobreponiendo identidades similares pero en absoluto idénticas, cambia en muchas cosas y en realidad permanece en muchas, los "yoes" se van depositando en las épocas que los generan y son sustituidos, acoplados y ocultados por el yo emergente. La música es un excelente transbordador entre ellos, uno se recuerda a si mismo en las escuchas y visita su yo anterior, se reconoce y a veces se gusta y otras se sorprende, o se disgusta. Los Doors o Nirvana me han llevado de aquí para allá de forma eficiente, he revisitado mi yo adolescente, ese flaco y melenudo tipo que soñaba con respirar el aire del cabo Norte y he sobrevolado las montañas de la Capadocia con el trentañero padre que pensaba que la vida podía ofrecerle pocas sorpresas ya. Ambos ya no están pero perduran muchos de sus rasgos, en ambos hay ecos de música, la música, siempre la música.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Dos estados de flujo (flujo uno)

El origen de la idea del post
Hace unos días, cercano aún el epicentro de mis vacaciones, disfrutaba de la lectura de una más que interesante entrada (http:// diariodeuna escritorainedita. wordpress.com/ 2011/08/19/ el-estado-de-flujo- y-el-asiento-de-dios/) y las descripciones contenidas en el post me llevaron de forma certera a dos momentos vitales de mi pasado, dos escenarios sublimes, y, no podía ser de otra manera, a dos músicas selladas a las historias. Músicas con una sorprendente suma de concomitancias que merecen ser destacadas. Este post, como dice el título, trata del primer estado y, algo menos, de la primera música.
Hace unos días que las vacaciones depusieron el mando, y me siento a intentar explicar mis experiencias en eso que Carmen define como el estado de flujo, versión personal (no lo son todas?). Lo hago con cierta sensación de que el blog va a entrar en un perfil bajo, las dudas que se soterraron con el efecto Donostia acerca del sentido que tiene escribir, en un escenario tan indescifrable como la red, acerca de aquellas voladuras que la mente de uno atrapa de forma recurrente y plasmarlas en entradas más trabajadas que exitosas, no han dejado de estar ahí, es lógico, son mías y no las he abandonado. No hay, ni ha habido, pretensión trascendente en la escritura del blog y es posible que todo este mustio resurgir dubitativo no sea más que un eco del cambio de ciclo.
Pero la entrada la debía y me la debía, me apetece y sólo hay que ponerla en los dedos puesto que ya está pintada en mi cabeza y por tanto no hay razón para eludirla y sí más de una para editarla.
Refiere Carmen que el estado de flujo es una actividad y lo describe como una experiencia que oculta un intenso dinamismo bajo un lenguaje corporal extático, estatismo en éxtasis. Mi caso es muy diferente puesto que en las dos ocasiones que lo he experimentado no ha habido ningún tipo de producción resultante, el éxtasis ha sido interior y el logro obtenido ha sido este, sin plasmación posterior.
Aún existe!!!
Nos trasladamos a 1975, España asiste a la fetidez que desprende el dictador moribundo y yo, sin ser del todo impermeable a todo ello estoy con otra mirada, a los diecisiete años el prisma o es diferente o es alienado. El verano me encuentra disfrutando de un interrail costeado por unas semanas de recogida de fruta en Lleida. La historia del viaje se había gestado en primavera, hormonas adolescentes rebullendo sin descanso, Ana, mi chica en aquel entonces, y yo, decidimos viajar por Europa en verano, con la libertad que ofrecía el interrail y la falta absoluta de requisitos prefijados sobre la ruta (los preparativos fueron asentando principalmente el destino más alejado, aquel que convertía el resto del viaje en el retorno) y poco más, los dos meses previos se convirtieron en una excitante recopilación de información sobre posibles lugares a visitar y una sucesión de veladas analizándola. El azar aportó un elemento al proyecto que resultaría perturbador para su desarrollo, mi "cuñada" sufrió una rotura de relaciones inesperada y Ana se sintió muy afectada por la debacle emocional subsiguiente, las dos hermanas mantenían una relación muy estrecha que se había visto algo enfriada en los últimos meses debida a mi irrupción en la vida de Ana, y la chica pensó que si nos hacíamos cargo de la doliente enamorada durante las vacaciones podría solventar ambos conflictos o paliar un poco los efectos de los mismos. Se presentó un día con su más resplandeciente sonrisa y me comunicó que María viajaría con nosotros, que no representaría ningún problema puesto que no pondría objeciones a nuestras decisiones sobre la ruta y sería como un invitado discreto que ni notaríamos... No había mucho que objetar, o había demasiado, pero la decisión ya estaba tomada y no era cuestión de enturbiar una bonita historia. Y nunca sabremos si la presencia de María entre nosostros hubiera sido, o no, lo que Ana con su adolescente entusiasmo prometió, mi chica se puso enferma de repente un par de días antes de la fecha de salida marcada en el billete y ... se quedó en Barcelona mientras María y yo nos fuimos. Hubo un impreciso anuncio de que nos alcanzaría en algún momento pero no llegó a concretarse.
Este extenso prólogo, seguramente innecesario, pretende situar al lector, y al narrador, en un tiempo y en un lugar muy concretos.
Algo así era el ferry pero la mitad de tamaño
Y con ello aproximarse al estado anímico en el que me encontraba cuando experimenté por primera vez el estado de flujo personal que consituye el objeto de esta entrada. La población es Narvik, una localidad costera a 710 kilómetros del cabo Norte (que era el destino que yo tenía enla mente cuando salí de Barcelona), allí se acabó el viaje hacia el norte y el estado del flujo fue el responsable de ello. Esta localidad noruega tiene la peculiaridad de que es el origen norteño de las líneas ferroviarias suecas (por este país transcurrió la vuelta a casa), las noruegas acaban en Bodø que está a unos 300 kmts al sur y para seguir hacia el norte nosotros tomamos un brioso transbordador que se movía como gelatina sobre un tractor. Llegamos tarde y plantamos la tienda en el único camping que había, todo ello bañados por la luz solar, a pesar de que eran más de las 22 horas, ya que hacia quince días escasos que se había acabado el mes en el que el sol no se pone nunca (eso tan bonito que se conoce como el sol de medianoche), el estado de flujo se produciría menos de treinta horas después.
Desde Narvik el otro lado del fiordo
Por la mañana María y yo estuvimos hablando de la conveniencia de separarnos a partir de Estocolmo, no hubo ninguna química entre nosotros durante el viaje y una vez resuelto, por innecesario, el desacuerdo sobre el disfrute de la única tienda de campaña que llevábamos (a partir de la capital sueca todas las ciudades contaban con sleep-in para dormir de forma económica) ya no tenía sentido seguir juntos cuando no teníamos ningún interés en común, ni sobre la ruta ni sobre nada. Este fue el segundo elemento que llevó paz a mi ánimo, el primero la maravillosa puesta y salida de sol que contemplé desde la tienda la "noche" anterior. Resultó de lo más curioso que, una vez "rotas" las relaciones, la relación entre nosotros alcanzó un grado de cordialidad, incluso risas, inédito hasta el momento. La mañana se consumió en un paseo por la pequeña ciudad, su puerto y el centro, ella me dijo que si yo seguía hacia el cabo norte tomaría el tren al día siguiente hacia Estocolmo y en esa tesis estuvimos todo el día. Por la tarde estuve paseando por el fiordo que acoge a Narvik en busca de un lugar donde asistir al tremendo espectáculo del ocaso y alba encadenados en el más absoluto silencio imaginable. Lo encontré y el paseo aportó el tercer elemento preparatorio, que nadie piense que todo formaba parte de algún plan místico ni nada por el estilo, la única finalidad de todo ello era el disfrutar de algo que me parecía que era difícil que fuera posible repetir en los próximos años (no me equivocaba, aún no he vuelto, al año siguiente el viaje se paró en Copenhague) y que poseía unas características plásticas muy especiales.
Bodø
De vuelta a la tienda me puse a preparar la cena de despedida (si yo iba a trasnochar y ella tomaba el tren temprano eran las últimas horas del aparejamiento absurdo y forzado que habíamos configurado), María me sorprendió con una botella de vino que había conseguido (no entraremos en detalles) y yo la soprendí con unos arenques ahumados y un queso que guardaba para celebrar un festín en el cabo norte (pensé que no había un momento mejor para tomarlos), panecillos y la tremenda luz del ártico como camarera arrulladora. Fue una cena especial, hermosa, en la que nos arrepentimos de lo idiotas que habíamos sido no siendo más adultos (es que no eramos adultos) en todos los días previos, y nos reímos de nosotros mismos confesando mezquindades que habíamos cometido para chinchar al otro (yo le escondí el pijama en el sleep-in de Copenhague y tuvo que dormir vestida para no pasar frío, ella le dijo a una chica belga en el tren que yo, aunque lo negara, era su pareja para que el escarceo que se adivinaba no prosperara, etc...), un bonito epílogo de una tonta relación de quince días. La dejé instalada en el saco y me encaminé hacia el lugar donde estaba convocado el espectáculo.
un mundo
El lugar estaba elevado y expuesto a la fuerte brisa marina, el aroma de sal humedecía todos mis sentidos, hasta que me senté y, tras unas gafas de sol provisionadas desde Barcelona, admiré el abombado circulo rojo que descendía hacia el mar, millones de reflejos en el agua, las nubes teñidas y el aire más limpio que jamás he respirado y ... no recuerdo nada más. Supongo que pasarían un par de horas puesto que cuando recuperé el habitual estado de consciencia (en aquella época tampoco era el de una lucidez excepcional) el sol subía hacia el cielo sin asomo de tonos anaranjados, el blanco frío del sol ártico me calentaba la cara y mi cuerpo era un entumecido montón de articulaciones y huesos a los que les costó obedecerme. Nada de eso importaba, el alma inundaba toda la mente, el adjetivo que más se asemeja a mi estado es el de armònico, todo estaba bien, el recuerdo de la fluidez (por eso se llama estado de flujo, no?) que me había capturado en los minutos anteriores se circunscribía a conceptos de lucidez y equilibrio, con la percepción de haber estado mucho rato y al tiempo sentir que todo habia sucedido en un instante. Es díficil contar, si además uno es un mal contador aún más, la dimensión del momento pero se quedó marcado en mi cara un buen rato, regresé aterido al camping y la torpeza de mis movimientos (y la falta de costumbre a la luz permanente de noche) al intentar abrir la cremallera de la tienda, despertaron a María que se quedó atónita contemplándome, como no llevaba espejo tendré que creerla cuando me dijo, y repitió un buen rato, que hacía una cara muy rara. Un par de cafés calientes dentro del saco me retornaron la temperatura y sin entrar en demasiados detalles le conté la experiencia, y ella, en un momento de la charla me hizo una pregunta fantástica: Qué música le pondrías a ese momento? y yo me sorprendí contándole que ya tenía música (el "mono" de escuchar música que teníamos en esa época prehistórica sin reproductores portátiles era terrible), sin haber sido consciente hasta ese momento toda la experienca tenía una banda sonora, el disco de The Doors, L.A. Woman (1971), y la realidad es que no puedo disociar esa música, en especial del tema que cierra el álbum, Riders from the storm, de todo lo sucedido. El viaje no sigió hacia el norte, yo sentí que ya había llegado al destino adecuado y María no se fue ese día, regresamos juntos hasta Estocolmo, donde nos separamos definitivamente, a los dos días. Ella estaba empeñada en repetir la experiencia a la noche siguiente (eso sí, con los sacos) y, obviamente fue muy hermoso pero nada más.
El estado de flujo número uno de mi vida se había producido y lo curioso es que su música sea la de un disco menor entre tanta música enorme que ya me acompañaba en esos días, no fue Davis, ni Crimson, ni Bach ni nada, fue Doors, la banda de Morrison y siendo buena como era, lo cierto es que es una de las más sobrevaloradas de toda la historia, con algunos rasgos musicales originales pero con un excesivo desroden creativo y artístico, sus discos son demasiado irregulares y rehenes de la poderosísima personalidad de su cantante y compositor, Jim Morrison (es lo que tienen las experiencias místicas, que no eliges sensatamente!!), el L.A.Woman era uno de tantos discos que tenía entonces y no recuerdo que representara nada especial para mí, sonaba algo más de lo que hubiera tocado porque su líder, se había apuntado al club "Vive rápido, corre mucho y tendrás un cadáver bonito a los 27", muy bonito no estaba su cuerpo cuando lo encontraron en la bañera unos pocos años de aquel viaje. La cosa es que era un grupo de los que quedaba cool ser un poco fan, letras rompedoras e intelectualoides (Padre, -Sí, hijo, -Quiero matarte, -Madre... Quiero follarte!, Fragmento de The End), pero que en ningún caso estaba entre los discos que me hubiera llevado para el viaje si hubiera podido hacerlo. Seguro que algún fan de Morrison se va a poner a hacerme voodoo de inmediato, pero esto es lo que representaba para mí este grupo y hace muchos años que desapareció de mis escuchas (he realizado un par para la preparación de la entrada y fue una acertada omisión de las últimas décadas).
El viaje finalizó en Barcelona unos días después y lo primero que hice al llegar a casa fue poner el disco para escucharlo a oscuras y puedo decir que el eco del estado de flujo me perturbó.
continuará...